La mañana estaba fría, lluviosa, gris. En el taxi, camino al aeropuerto, miraba por la ventanilla, jóvenes paseando, niños con sus padres y pensó rápidamente en todas aquellas cosas sentimentales que le hacían tanta falta. Desde hacía varios días, le había dado por pensar en aquellas cosas. Eran pensamientos significativos, cortos y largos, unas veces punzaditas del corazón y otras veces largas reflexiones que atormentaban su mente. Sentía que le faltaba amor en su vida, siempre sintió ese vacío y ahora esto la afectaba mas gravemente, o talvez, era ahora cuando se hacía consciente de esa necesidad de dar y recibir amor.
Entre reflexiones, llegó al aeropuerto y encontrose con su amigo.
- Amelie, ¿que tal estás?
- Muy bien. Y tú, ¿Cómo la pasaste?
- En familia.
- Bueno aquí esta el encargo.
- ¿Solo eso me dirás?, ¿no nos sentaremos a charlar como solíamos hacer siempre?
- Es que no tengo muchas ganas de charlar.
Dejose convencer y fueron a la cafetería, aún faltaba una hora para que el vuelo partiera y de repente se le antojo un capuchino.
Hablaron un buen rato sobre banalidades: temperatura, la vida en Francia, la calidad del capuchino entre otras mil cosas que no lograban captar la atención de Amelie. Por fin la llamada para abordar, se despidió de su amigo y se sintió tentada por el lugar así que, se tomó otro café. Justo al partir el avión, empezó la lluvia, llovía fuerte, la mañana o lo que quedaba de ella se oscureció. Su mesa estaba justa al lado de las vitrinas de cristal que separaban a la cafetería de la pista de aterrizaje, la lluvia arreciaba cada minuto un poco más y en la misma medida, la cafetería se iba llenando de gente, Amelie lo notaba pero era como si no estuviese ahí, como si solo estuvieran la lluvia, su café y los recuerdos que aquella escena le traía, la lluvia significaba para ella recordar y era precisamente eso lo que hacía ahora. Recordaba que cuando era una adolescente odiaba la lluvia y hasta se encerraba para no verla ni oírla. Las tempestades significaban para ella la tempestad que ella misma había vivido.
- ¿Puedo?- dijo una voz extraña, sacándola automáticamente te sus pensamientos.
- Claro.- dijo casi distraídamente sin siquiera percatarse de que quien se había sentado a su lado. Al menos no en aquel primer momento.