Me perdí mientras buscaba las razones para odiarte. Y en verdad tenía muchas pero ya no me servían de nada, me odiaba más a mí misma de lo que pudiera odiarte a ti.
Aquella noche no fue diferente, te llamé en incontables ocasiones y no atendiste, aterrada llegué a tu casa, nadie abrió. Desesperada busqué al portero, abrió la puerta y ahí estabas, sentado en el sofá, la botella de licor en tu mano derecha y el frasco vacío en la otra. Ya no estabas y poco después yo tampoco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario